Se cuenta que en el poblado de La Laguna vivió una mujer que se quedaba a las afueras del mercado para pedir limosnas. Según testimonios de las personas de mayor edad de la localidad, ella era humilde e imposibilitada físicamente. Un domingo en la mañana, mientras estaba en la calle esperando la salida de las personas de la iglesia, un hombre de otro pueblo llamado David al verla pidiendo limosnas le gritó: ¡Mujer, póngase a trabajar y no le esté pidiendo a nadie! Ella le respondió: Sólo le pido a Dios que me de licencia de encontrarme con usted en este mismo camino, cuando yo muera.
Transcurrieron un par de años y un domingo, cuando David estaba de paseo por la aldea de La Laguna, se le hizo de noche. Cuando llegó al camino del mercado vio a aquella mendiga y le volvió a gritar: ¡Mujer, póngase a trabajar y no le esté pidiendo a nadie! La mujer estaba con la cabeza baja, viendo en dirección a los pies de David, y sin levantar la mirada la mujer respondió: Dios me cumplió lo que le pedí el día que usted me trató tan mal, que me diera licencia de encontrarme con usted en este mismo camino, cuando yo muriera.
Al terminar de decir esto la mujer alzó la mirada y David contempló una calavera que se acercaba a su cara con las cuencas de los ojos en fuego. David corrió como un desaforado, llevándose por delante cuanto encontraba a su paso, mientras escuchaba detrás de él las pisadas secas de los pies descarnados de la mujer, hasta que cayó desmayado en el camino de La Joya.
Cuando lo encontraron a la mañana siguiente, estaba delirando y con fiebre, diciendo frases sin sentido. Lo llevaron a la casa de una familia amiga y le atendieron durante varios días, hasta que recuperó el sentido y pudo contar lo que le había ocurrido. Quienes escucharon su historia lo hacían con los cabellos erizados y el rostro tan pálido que David temía preguntar por la mujer mendigo, pues ésta, según le dijeron, había muerto hacía un par de años. A los pocos días de este incidente David murió.
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